miércoles, 24 de septiembre de 2014

Siete chocolates y una noche fría

Venía haciendo las cosas bien o al menos lo intentaba
seguía resolviendo mes a mes los acertijos que el universo
me había dejado repartidos durante mis cortos veinte años de vida, 
cada paso dolía más que el anterior pero sanaba mas profundo 
las heridas que tenía mi corazón maltratado. 

Cada dos por tres el monstruo que vivía en mí despertaba
y aparecía solo para recordarme todo lo que no podía hacer, 
me recordaba como me habían abandonado, como no era digna de ser querida, 
mucho menos de que alguien fuese a enamorarse de mí 
era lógico que todos salieran corriendo, si yo no valía la pena. 

Ponía cada día más de mí, y en cada noche los recuerdos me destrozaban, 
la incertidumbre quemaba mi cabeza volviendo cotidiana a la desesperación, 
no quería seguir siendo eso que me consumía pero no encontraba como terminarlo
era como si por más que los altibajos existieran todo el tiempo 
nunca llegaba realmente a tocar fondo y entonces no podía resurgir. 

Si no era la ropa, era el peso, sino los amigos, sino los mambos de familia
y sino el desamor, siempre encontraba una razón para que el diablito en mi hombro
me susurrara al oído que debía retirarme, que no era lo suficientemente buena
para nada en la vida, para nada de lo que yo quería para mí, 
me descorazoné una vez más y en cada luna sensible, caí de nuevo. 

Compré golosinas como hacía tiempo no lo hacía y me intoxiqué de ellas
hasta sentir que me dolía tener tanta azúcar en las venas, en el corazón, 
sin pasar antes por el estado de éxtasis en el que el azúcar me daba la sensación 
de tener esa dosis de amor propio que claramente me estaba faltando, 
me ahogué en llanto y le subí el volumen a la música, el círculo volvía a empezar. 

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