jueves, 18 de septiembre de 2014

Otro día más como ninguno

Odio a mi inconsciente, porque es más tortuoso incluso que mi yo pensante y mi ello soñador, este me traiciona dejando a la vista hasta lo que oculto de mi misma.
Me desperté atolondrada, una hora tarde, con su sabor en mis labios y recordando todo lo que había soñado ¿Otra vez, era necesario? Una sonrisa tímida se asomaba en mi rostro, al fin lo había visto de nuevo. Si, ya sé, no fue real, pero esa sensación me hizo empezar el día de una manera diferente. Corrí como de costumbre para llegar a mis clases, me desvestí odiandome frente al espejo, junté mis auto críticas con mis cabellos en una trenza con un moño y me deleité escuchando radio mientras viajaba en el tren mirando por la ventana. Pude ensayar contemporáneo y después exigirme con música clásica, con las nuevas coreografías y enorgullecerme de mis progresos en el espejo. Salí para ir al callcenter donde me gano las monedas que pagan mi ritmo de vida, no con muchas ganas, pero esta vez con tiempo como para pasear un poco y renovar maquillaje y esas cosas que las mujeres normales siempre tienen para mimarse, yo podía mimarme, es más, debía hacerlo y aunque fuera para mí todo un proceso, ya estaba a medio camino, tenía que seguir adelante. Trabajé varias horas disfrutando conversación de grupo y discutiendo con algún que otro incompetente hasta que en mi horario de descanso corrí a buscar mis lentes nuevos, me encontré con Mirtha, una artista plástica con mucho carisma que en una óptica de recoleta me pudo dar la misma calidez que un mate con amigos de barrio, encontré los ideales para mí, soy yo en un marco y me hacen sentir bien; agradecí no haber tomado una decisión precipitada unos días antes. Volví corriendo a trabajar con una sonrisa, agradecida también con Mirtha. Salí tres horas mas tarde reflexionando sobre las hipocresías de la sociedad y de las relaciones interpersonales que tanto me desagradan, lo publiqué en facebook y con tan sólo un clic adivinen quien me sacó otra sonrisa. Sí, así estamos.
Volviendo a mi casa me encontré con Sebastián, vive en la calle y tiene barba blanca, no sé mucho de él, usualmente en las noches lo veo pedir monedas y nunca puedo ayudarlo, esta vez le compré una cena y le regalé una sonrisa, el me contagió la suya y sentí que en un día como hoy realmente valía la pena estar viva. Llegué al departamento y más allá de la relación difícil que llevamos, mi abuela me tenía lista la comida, un mimo más en este jueves cotidiano que dista tanto de ayer como de mañana; ahora una ducha caliente, buena música, un sahumerio en el cuarto y me voy a dormir con la cabeza tranquila y el alma contenta. El universo está de mi lado.

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