viernes, 11 de diciembre de 2015

La niña que no tuvo un calendario

Era una niña que nunca había visto un calendario ni un reloj, ni siquiera uno de arena, sucedía entonces que cuando le hablaban de tiempos ella no entendía a que se referían. No entendía de creer en algo más allá del hoy y eso la desesperaba, le decían que espere y se ponía más ansiosa, los nervios la volvían loca, la sensación de vacío afianzándose en su cuerpo parecía derrumbar toda la estabilidad existente y no la dejaba en paz, la hacía temblar.
Y los temblores no cesaban, avanzaban extendiéndose a todos los sectores posibles, arrebatandole posibilidades, pero ella no lo entendía. Todas las personas hablaban de tiempo, del tiempo que uno espera, de un tiempo para cada cosa, de que el tiempo cura y sana, y mejora y es sabio. ¿Cómo podía acaso entender tanto sobre algo que desconocía?.
No entendía mucho del mañana, necesitaba saciar al instante todos sus deseos porque sin un mañana, se remitía solo al vacío total de no tenerlos, y caía en un abismo interminable que ni siquiera servía de consuelo.
Un día se enamoró y se encontró con un experto en tiempos, él no desesperaba, pocas veces tenía miedo y hacía planes a larga distancia. Él tomaba su mano y detenía el tiempo. no hacía falta mucho más. Pero ella no entendía, se convencía de que todo tenía que hacerse rápido y de una vez, de una forma exacta, porque no había un después donde las cosas se pudieran arreglar o decantar solas.
Se abusó de su no entendimiento y no escuchó, trató de entender y no pudo, quizás llevaba más tiempo o quizás no era algo tan importante. Sin embargo, resultó ser importante cuando fue la razón por la que perdía al hombre que amaba. Ese que la había esperado en cada escalón dandole la mano, ese que la había entusiasmado a ser mejor, ese que la había abrazado tan fuerte y la había amado tanto.
Ella lo amaba y lo había perdido, puso tantas presiones en la perfección del momento que olvidó algunos pilares muy importantes para un vínculo y lo perdió.

Lo perdío y nunca se había arrepentido tanto de no haberlo madurado en otro tiempo.

Ahora el tiempo era algo confuso, era algo que había que esperar para que decanten los sentimientos, era un tiempo de sinceridad para con ella misma y de inevitable espera por el amor de él. Era algo que un día iba a terminarse, por lo que encontrar el modo de disfrutarlo, hacía del mundo un lugar más placentero. Pero cuando ella se dió cuenta ya era demasiado tarde.

Lo perdió y nunca había lamentado tanto no entender de tiempos.

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