jueves, 30 de agosto de 2012

¿Una mentira que te haga feliz vale más que una verdad que te amargue la vida?

Voy bien. Estoy bien. Me siento bien, pero no más preguntas. Duermo poco hace varias semanas y hace días que no lloro, coma mucho o coma poco los altibajos siempre están, el tema que me sorprende es qué sencillo se me hace hasta que me cruzo con un espejo, me cambio un pantalón, me veo en una foto, uso ropa ajustada. Pero todo eso es muy fácil de evitar.
Es tan fácil como pintarse una sonrisa en un mal día o fingir un estado de bienestar con un único fin: creertelo. Parece tan sencillo, todos te ven, nadie hace preguntas hasta que llega un entrometido que tiene que averiguar lo que realmente sucede, y muchas veces ese entrometido es uno mismo, buscando en retrospectiva la explicación racional a algo que en realidad solo está funcionando por el hecho de no pensarlo, lo cual no sólo lo vuelve inútil sino que es la forma más cruda de ver la realidad, es la parte más difícil  enfrentarse a uno mismo.
Siento los pantalones caer de una nueva forma sobre mis nuevas piernas, esas piernas con las que viví tantos años que ahora me atormentan, pero puedo ignorarlas, puedo fingir que mi ataque de chocolate me va a hacer sentir mejor y puedo fingir que realmente no me interesa como evolucione el cambio; ahora que recuerdo lo aprendí de pequeña, cuando mis padres me ponían en una situación en la que quedaba yo encerrada con mi conciencia la ignoraba y fui feliz. Era feliz cada día, con los hechos cotidianos buenos y malos que puede tener la vida, yo era feliz hasta que no quedaba manera de escapar, no había forma de mirar a otro lado, la única respuesta era enfrentarme a mi misma, a mis miedos, a mis deseos, a mis temores, a mi imagen y a lo que creía y sentía que los demás pretendían de mí. Por esto mismo creo que me cuesta tanto, toda mi vida vi el hecho de esquivar lo que me incomodaba como un método de supervivencia, como una forma de transportar mi dolor a otro lugar, un lugar donde no importara o quizás donde ni siquiera existiera. El inconveniente se presenta cuando pasados dieciocho años no hay solución que no incluya enfrentarme y "aprendí" a enfrentar a mis padres, a mis amigos, a mi entorno; aunque "aprendí" a defender mis ideas, a valorar mis cualidades y mejorar mis defectos; aunque "aprendí" tantas cosas... sigo en el mismo lugar: frente al espejo con los ojos vendados, intentando ignorar eso que siento que me daña, el dolor que siento en la piel al no poder sentirme realizada conmigo misma, al no poder cumplir con mis propias estúpidas exigencias. Al día de hoy sigo sin poder enfrentarme a mis emociones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario