lunes, 19 de octubre de 2015

La aventura (no) perfecta

Los perfeccionistas pasamos mucho tiempo anhelando ese todo que jamás podemos alcanzar, como si estuviera ahí, omnipresente en cada uno de nuestros pasos recordándonos cada cosa que no tenemos. Cuando se trata de amor, lo vemos como un punto fijo en el espacio, que no fluctúa, que solamente está ahí para ser visto por nosotros, para presumir de la perfección de la que gozan los otros.
En realidad vemos una mínima parte y no todas las causas que unidas llevan a ese punto. Vemos como le llevan flores y no la discusión horrible que tuvieron ayer, vemos como un matrimonio lleva a pasear al hijo que no se custodian, pero no vemos como se golpean en frente de él. Al ver sólo la apariencia, por un momento parece que todo valdría la pena, que podríamos apostar cualquier cosa por tener lo anhelado y aparece casi un instinto por maldecir lo que sí tenemos en lugar de valorarlo.
Entonces en algún rinconcito de la vida, tenemos la oportunidad de verlo todo, lo vemos entero, vemos todas las causas (que no estaríamos dispuestos a vivenciar) que llevan al efecto que deseamos, y entonces pierde su brillo, su valor se configura en función de esas personas que no somos nosotros y que harían y soportarían cosas que nosotros no, ni mejores ni peores, simplemente distintas. Y durante un segundo apenas perceptible, todo tiene sentido, no necesitamos más, no necesitamos perfección, ni tenerlo todo, ni ostentar, no necesitamos ese efecto, porque valoramos más nuestras propias causas que nos conducen a nuestros propios efectos, que aunque no sean los mejores de la historia, son nuestros.
Y porque son nuestros los queremos y los queremos por ser nuestros, nos amarramos a ello como si no hubiera un mejor porvenir en otra realidad, como si en la eternidad de los paralelismos no existiera una mejor elección o un mejor plan, que incluso cada error estaba previsto para completar la aventura. Y esa aventura es tan propia y tan auténtica que depende sólo de nosotros extenderla hasta donde queramos llegar, cuidándola y valorándola.
Ese instante tan lleno de magia nos encuentra con nosotros mismos, haciendo cada aventura un encuentro único, convirtiendo la felicidad en un camino y no en una búsqueda eterna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario